lunes, 8 de diciembre de 2008

5. JESUS RESTAURA LA RUPTURA EN MI RELACIÓN CON DIOS II. INOCENTE, LIBERADO Y ADOPTADO COMO HIJO


Jesús explicó de forma gráfica y narrativa cómo Dios restauró la ruptura en nuestra relación con Él. El hijo regresa a casa y es recibido, perdonado, aceptado y restablecido en su condición filial.

Otras partes de la Biblia explican esta restauración de una manera más conceptual. Es cierto que no tienen la fuerza narrativa de la historia que Jesús explicó, sin embargo, usan imágenes muy poderosas que trataré de explicarte.

EL CONDENADO

  • Declarados justos por medio de la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. (Romanos 5:1)
Pablo, el seguidor de Jesús, escribe a las comunidades cristianas que se reunían por las casas en la ciudad de Roma, capital del Imperio. Usa esta frase -que puedes leer en su contexto original- para explicar cómo Jesús ha restaurado la ruptura en nuestra relación con el Padre.

Es muy interesante la expresión que usa declarados justos. Es un término extraído del vocabulario jurídico de la época y tiene una fuerza gráfica tremenda.

La idea es que hemos sido llevados ante un tribunal. Los cargos contra nosotros han sido presentados. El fiscal ha construido su caso. La defensa, el suyo. Ha llegado el momento de dictar sentencia y el juez nos declara justos, es decir, en el lenguaje actual, no culpables.

Hemos sido declarados inocentes y, por tanto, libres de toda culpa y, consecuentemente, como indica Pablo, en paz con Dios. Si recuerdas, fue la culpa lo que llevó a Adán y Eva a esconderse de la presencia de Dios en el jardín de Edén. Ahora, no hay más necesidad para continuar escondiéndonos de Dios, somos inocentes, no hay culpa, ha sido perdonada y el tribunal nos ha declarado ¡Justos!


EL ESCLAVO

  • Debéis saber que habéis sido liberados de la estéril situación heredada de vuestros mayores, no con bienes caducos como son el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, cordero sin mancha y sin tacha. (1 Pedro 1:18-19)
En este ocasión es Pedro, otro de los primeros seguidores de Jesús, quien escribe y también usa otra figura con mucha fuerza gráfica, la del mercado de esclavos. El lenguaje que usa el escritor está lleno de los términos que se usaban para las transacciones en cualquiera de los innumerables mercados de esclavos que existían en el mundo romano.

Pedro indica que Jesús fue al mercado, hizo la transacción legal de pagar el precio que el traficante exigía y nos concedió la libertad. Este acto jurídico recibía el nombre de redención. Quién pagaba el precio era el redentor y, el precio pagado era denominado rescate.

Nada de lenguaje religioso, todos los términos son sacados del mundo comercial. Jesús es nuestro redentor, pagó el precio o rescate para nuestra liberación y ese precio, como indica Pedro, fue altísimo, nada de oro o plata, sino su propia vida, su sangre derramada para restaurar nuestra ruptura.


EL ADOPTADO

  • Pero a cuantos lo recibieron [Jesús] y creyeron en él, les concedió el llegar a ser hijos de Dios. Estos son los que nacen no por generación natural, por impulso pasional o porque el ser humano lo desee, sino que tienen por Padre a Dios. (Juan 1:12-13)
  • Los que se dejan conducir por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. En cuanto a vosotros, no habéis recibido un Espíritu que os convierta en esclavos, de nuevo bajo el régimen del miedo. habéis recibido un Espíritu que os convierte en hijos y que nos permite exclamar: "¡Padre!". Y ese mismo Espíritu es el que uniéndose al nuestro da testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo... (Romanos 8: 14-17)
  • Pero, al llegar el momento cumbre de la historia, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo el régimen de la ley, para liberarnos del yugo de la ley y alcanzar la condición de hijos adoptivos de Dios. Y prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado el Espíritu de su hijo a vuestros corazones: y el Espíritu clama ¡"Papá"!. Así que ya no eres esclavo, sino hijo. Y como hijo que eres, Dios te ha declarado también heredero. (Gálatas 4:4-7)
Juan y, nuevamente Pablo, usan otra figura gráfica que nos trae recuerdos de la historia contada por Jesús. Dios nos ha convertido en sus hijos y herederos. La fractura ha sido restaurada y hemos sido elevados desde la categoría de enemigos y en rebelión abierta contra Dios a la de hijos y herederos. Hemos sido elevados al mismo nivel en que Jesús está, por eso la Biblia dice que Él, es el hermano mayor de todos nosotros.


lunes, 24 de noviembre de 2008

4. JESÚS RESTAURA LA RUPTURA EN MI RELACIÓN CON DIOS I. DE VUELTA A CASA


Jesús nos invita a seguirle para que pueda restaurar en nosotros las cuatro grandes rupturas que el pecado, nuestra rebelión contra Dios, produjo en nosotros. La primera de las fracturas que desea restaurar es nuestra relación con Dios.

En el evangelio de Lucas, en el capítulo 15, Jesús explicó una historia que ilustra a la perfección esa restauración que desea llevar a cabo en nuestra relación con Dios.

  • Contó Jesús esta otra parábola: -Un hombre tenía dos hijos. El más joven le dijo: "Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde." Y el padre repartió los bienes entre ellos. Pocos días después el hijo menor vendió su parte y se marchó lejos, a otro país, donde todo lo derrochó viviendo desenfrenadamente. Cuando ya no le quedaba nada, vino sobre aquella tierra una época de hambre terrible, y él comenzó a pasar necesidad. Fue a pedir trabajo a uno del lugar, el cual le mandó a sus campos a apacentar cerdos. Y deseaba llenar el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Al fin se puso a pensar: ¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras que aquí yo me muero de hambre! Volveré a la casa de mi padre, y le diré: "Padre he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco llamarme tu hijo: trátame como a uno de tus trabajadores." Así que se puso en camino y regresó a casa de su padre. Todavía estaba lejos cuando su padre le vio y, sintiendo compasión de él, corrió a su encuentro y le recibió con abrazos y besos. El hijo le dijo: "Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco llamarme tu hijo." Pero el padre ordenó a sus criados: "Sacad pronto las mejores ropas, y vestidle; ponedle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traed el becerro cebado, y matadlo. ¡Vamos a comer y a hacer fiesta, porque este hijo mío estaba muerto, y ha vuelto a vivir; se había perdido y le hemos encontrado!" Y comenzaron a hacer fiesta. (Lucas 15:11-24)
Esta historia contada por Jesús narra el viaje espiritual de todo ser humano. Un viaje que le lleva lo más lejos posible de Dios en su búsqueda de sentido, propósito y realización. Un viaje motivado por la creencia de que la vida al margen de Dios es una alternativa mejor.

El protagonista de esta narración decidió volver a casa. Su experiencia vital no fue la que esperaba. Sus expectativas no se vieron cumplidas y optó por regresar junto a su padre.

Es una historia bonita, el regreso del hijo perdido, pero lo cierto es que no todos los hijos regresan a casa. Muchos nunca vuelven, y no lo hacen por diferentes razones. Algunos de ellos se ven impedidos por su orgullo. No siempre es fácil aceptar que la aventura de vivir independiente ha terminado en fracaso. Reconocer que los sueños no se han cumplido, las expectativas no se han satisfecho.

Otros deciden no regresar porque no creen que la solución consista en volver al lugar de donde salieron. Ya lo conocen, ya lo han visto, ya lo han experimentado, ya saben lo que puede dar de sí y, consecuentemente, no es una opción que puedan considerar.

También hay aquellos que tienen una visión equivocada del padre. Creen que si regresan lo único que les espera es juicio, condena, rechazo y el típico, "lo ves, ya te dije que las cosas no irían bien" Ya es bastante duro tener que lidiar con el fracaso personal para además, añadir el juicio, el reproche y la condenación de los demás y tal vez, incluso el rechazo.

Pero hemos de ser honestos y sinceros. No todos fracasan en su viaje alejándose de Dios. Existen muchas personas que están satisfechas, llenas y realizadas y consideran que su decisión de marchar de la casa del padre fue la mejor que podían tomar.

Pero nosotros, como seguidores de Jesús, nos sentimos identificados con el muchacho que decide volver a la casa del Padre, porque entendemos que allí existe la posibilidad de encontrar todo aquello que fuera no encontramos o, si lo encontramos, no nos satisfizo como esperábamos

Aquel muchacho tenía una visión muy realista de lo que podía esperar al regresar al hogar paterno. No soñaba con volver a ocupar su lugar como hijo. Lo máximo a lo que aspiraba era a ser admitido como un trabajador, como un empleado de su padre. Era muy consciente que lo que había hecho -pedir en vida la herencia del padre- equivalía a una tremenda ofensa -en la cultura del próximo oriente, su petición, cuando el progenitor todavía vivía, equivalía a expresar su deseo de que el padre estuviera ya muerto. Con la esperanza de ser aceptado como un simple empleado emprendió el regreso a casa.

La distancia cultural con el tiempo de Jesús puede impedirnos apreciar los detalles que, sin ninguna duda, no pasaron desapercibidos para los oyentes que escuchaban su narración.

En primer lugar, Jesús indicó que el padre, cuando todavía estaba lejos, corrió a su encuentro. Déjame comentarte dos aspectos culturales muy importantes. Primero, el padre corrió. En oriente medio una persona respetable nunca corre. Esa conducta sería totalmente reprochable y deshonrosa a los ojos de sus vecinos. Aquel padre se estaba poniendo en ridículo a los ojos de sus amigos y vecinos. ¿Qué llevó a aquel hombre respetable a actuar de esa manera?

La vida de su hijo. La conducta de aquel muchacho había sido tan grave que según las leyes de aquel tiempo, cualquier persona del lugar, al ver volver al hijo que había deshonrado a su padre, tenía pleno derecho a matarlo. Es cierto, así lo indican las leyes del Antiguo Testamento (Deuteronomio 21:18-20). La única manera de salvarlo era abrazarlo antes de que alguien pudiera quitarle la vida. El abrazo era la señal que el padre había perdonado a su hijo y, por tanto, preservaba su vida. A aquel padre no le importó el ridículo que comportaba correr si con ello podía salvarlo.

En segundo lugar, El anillo en el dedo. El padre pide que se le coloque un anillo en su dedo. El simbolismo es muy grande. El anillo es el símbolo de pertenencia a la familia. El hijo era recibido de nuevo como miembro de la misma. No era aceptado como un simple trabajador, era aceptado con todos sus derechos como integrante del grupo familiar.

En tercer lugar, calzado en sus pies. También esta acción está cargada de valor simbólico. Sólo los siervos iban descalzos, no así los miembros de la familia. El padre está indicando claramente el status en el que el muchacho es aceptado. No como siervo o empleado, sino como hijo.

Finalmente, ordena que se celebre fiesta. No es el tiempo de los reproches. No palabras de juicio, recriminación, condena o nada similar. Es el tiempo de celebración, de disfrutar, porque el hijo que se había perdido ha sido recuperado sano y salvo.

Esta historia narra tu viaje espiritual y el mío. Jesús restaura nuestra relación rota con Dios. Cuando nos convertimos -cambiamos de dirección, nos reorientamos- Él nos acepta como sus hijos y de nuevo nos incorpora a su familia con todos los derechos. Ya no hay necesidad de seguir escondiéndonos de Dios, puesto que nos espera y nos acepta con los brazos abiertos. La ruptura con Dios ha quedado restaurada. De nuevo en casa, de nuevo hijos, de nuevo herederos.

Por favor, párate en este momento, da gracias a Dios porque la ruptura en tu relación con Él ha sido restaurada, porque te ha convertido en su hijo y heredero. Después lee lo que al respecto el apóstol Pablo -otro seguidor de Jesús- escribió a los cristianos que se reunían en la ciudad de Efeso

  • Tiempo hubo en que vuestras culpas y pecados os mantenían en estado de muerte... Pero la piedad de Dios es grande e inmenso su amor hacia nosotros. Por eso, aunque estábamos muertos en razón de nuestras culpas, nos hizo revivir junto con Cristo -¡Vuestra salvación es pura generosidad de Dios!- (Efesios 2:1-10)


lunes, 10 de noviembre de 2008

3. PAGAR EL PRECIO


En el evangelio que escribió Lucas leemos la siguiente historia relacionada con seguir a Jesús:

  • Después de esto, Jesús salió y se fijó en uno de los que cobraban impuestos para Roma. Se llamaba Leví, y estaba sentado en el lugar donde cobraba los impuestos. Jesús le dijo: Sígueme. Entonces Leví se levantó, y dejándolo todo siguió a Jesús. (Lucas 5:27 y 28)
Como ya hemos mencionado anteriormente, Jesús nos invita a seguirle para que pueda restaurar en nosotros las cuatro rupturas producidas por el pecado y para que nos unamos a Él en su misión de restaurar el mundo, de hacer que el universo pueda llegar a ser aquello que Dios pretendió y el pecado impidió que fuera.

Pero para poder seguir a Jesús hay un precio que se debe pagar. Hay cosas que debemos dejar para poder entregarnos a la tarea de colaborar con Él. Hay cosas, que a menos que las abandonemos, impedirán que Jesús nos restaure y podamos colaborar con Él en restaurar a otros.

Seguir a Jesús implica la necesidad de pagar un precio. Leví, el funcionario de hacienda, pagó un precio. El evangelio de Lucas nos indica que Pedro, Santiago y su hermano Juan dejaron su negocio de pesca para seguir a Jesús (Lucas 5:11)

Los relatos de los diferentes evangelios nos muestran a personas que deseaban seguir a Jesús, sin embargo, cuando el Maestro les indicó el precio que debían de pagar no estuvieron dispuestos. Marcos nos narra uno de esos intentos fracasados de seguimiento de Jesús

  • Cuando Jesús iba a seguir su viaje, llegó un hombre corriendo, se puso de rodillas delante de él y le preguntó: -Maestro bueno, ¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? Jesús le contesto: -¿Por qué me llamas bueno? Bueno solamente hay uno: Dios. Ya sabes los mandamientos: "No mates, no cometas adulterio, no robes, no mientas en perjuicio de nadie, ni engañes, y honra a tu padre y a tu madre." El hombre le dijo: -Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven. Jesús le miró con afecto y le contestó: -Una cosa te falta: ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riquezas en el cielo. Luego ven y sígueme. El hombre se afligió al oír esto, y se fue triste, porque era muy rico. (Marcos 10:17-22)
Sin duda, su deseo de seguir a Jesús era sincero y honesto. Desgraciadamente, el precio que debía pagar era demasiado alto para él.

No se puede seguir a Jesús sin pagar un precio. Cada persona tiene que asumir un precio único y singular. No hay comparaciones posibles. Lo que Jesús le pida a fulanito es totalmente diferente de lo que puede pedirle a menganito. El precio es personal, singular y único. Aquello que se le exige a una persona puede parecer ridículo a los ojos de otra. No importa, el precio es algo muy íntimo y personal que no puede ser comparado ni cuantificado con el precio de otra persona.

Jesús no quiere creyentes, desea seguidores. Creer puede ser simplemente una mera cuestión intelectual. Creer puede convertirse únicamente en estar de acuerdo con ciertas proposiciones cognitivas, cierta información factual, una determinada cosmovisión. Seguir a Jesús implica un estilo de vida diferente, radical, contracultural.

Se puede creer en Jesús sin necesidad de apenas modificar nuestra forma de vivir. Es imposible seguirle sin modificar nuestra manera de vivir.

Tal vez es por eso, que Jesús nos invita a calcular bien ese precio antes de tomar una decisión impulsiva, no meditada, no pensada, no calculada. Lee estas palabras que dirigió a un grupo de personas que deseaban seguirle y que encontrarás en el evangelio de Lucas
  • Y el que no toma su propia cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. Si alguno de vosotros quiere construir una torre, ¿Acaso no se sentará primero a calcular los gastos y ver si tiene dinero para terminarla? No sea que, una vez puestos los cimientos, si no puede terminarla, todos los que lo vean comiencen a burlarse de él, diciendo: "Este hombre comenzó a construir, pero no pudo terminar." O si un rey tiene que ir a la guerra contra otro rey, ¿No se sentará primero a calcular si con diez mil soldados podrá hacer frente a quien viene a atacarle con veinte mil? Y si no puede hacerle frente, cuando el otro rey esté todavía lejos, le enviará mensajeros a pedir la paz. (Lucas 14:27-32)

Hay un precio a pagar por seguir a Jesús y es personal y único. Pero déjame decirte que ese precio es también dinámico. Lo es, porque así es la vida, dinámica. No somos seres estáticos, estamos en constante, continuo y creciente cambio y, consecuentemente, nuevas circunstancias, nuevas experiencias y nuevos estados se incorporan a nuestra realidad vital. Eso implica que nuevos precios deben de ser pagados. Nuevas cosas deben de ser dejadas. Nuevas decisiones deben ser tomadas.

Por tanto, si la vida es dinámica, nuestro seguir a Jesús debe serlo y, deberemos evaluar si hay nuevos precios que Él nos pide que paguemos, nuevas cosas que nos demanda dejar. Jesús mismo habló de este aspecto dinámico de seguirlo a Él.

  • El que quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía, la salvará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde o se destruye a sí mismo? (Lucas 9:22-27)
Déjame llamarte la atención acerca de dos palabras de Jesús, cada día. Reflejan muy bien el carácter dinámico del que antes hablábamos. Cada día hemos de evaluar si existen precios que hemos de pagar, cosas que hemos de dejar que nos pueden impedir el seguir a Jesús, que pueden impedir que restaure en nosotros las cuatro rupturas. Que puedan impedir que nos convirtamos en agentes de restauración en un mundo roto.

Me gustaría pedirte que hablaras con Jesús. Sé honesto y sincero con Él. Trata de identificar qué precio te pide que pagues para poderlo seguir y colaborar con Él.

lunes, 20 de octubre de 2008

2. SER COMO JESÚS



Mientras seguimos a Jesús nos va restaurando. Poco a poco va sanando las cuatro grandes fracturas o rupturas que el pecado -nuestra rebelión contra la autoridad de Dios- produjo en la experiencia humana.

Jesús es descrito en los libros del Nuevo Testamento como el hombre nuevo. Jesús es el prototipo de una nueva humanidad. Jesús, con su vida, nos enseña e ilustra todo lo que el ser humano podría llegar a ser y que, desgraciadamente, el pecado impidió que fuera.

Pero Jesús, con su vida, muerte y resurrección se ha erigido en el primero de una nueva humanidad, como decía antes, es el prototipo, es el modelo, es el ejemplo.

Jesús nos invita a seguirle para ir restaurando nuestra vida. Su deseo es que seamos como Él, si me permites la expresión, su deseo es que seamos pequeños "Jesuses." No se trata de ser clones, imitaciones, burdas réplicas. Antes al contrario, se trata que seamos como Jesús imitando su manera de pensar, sus valores, sus prioridades, sus actitudes, su estilo de vida, eso sí, siempre expresándolo a través de nuestra personalidad única e irrepetible. Jesús, cuando quiere que seas como Él, no pretende anular tu singularidad, antes al contrario, potenciarla y desarrollarla al máximo.

Los libros del Nuevo Testamento fueron escritos, sin excepción, a las primeras comunidades de creyentes. Eran personas que habitaban la cuencia del mar Mediterráneo y que seguían a Jesús, en ocasiones, en situaciones extremas y difíciles. Estas primeras comunidades de peregrinos entendieron muy bien, que ser cristiano era ser similar a Jesús. Entendieron que seguirlo era imitarlo y que la vida cristiana consistía en ser más y más como Él.

Pablo, el apóstol, escribió a varias de estas comunidades en este sentido:
  • Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes le aman, de quienes él ha llamado de acuerdo con su propósito. A los que de antemano Dios había conocido, los destino desde un principio a ser como su Hijo, para que su Hijo fuera el mayor entre muchos hermanos. (Romanos 8:28-29)
  • Hijitos míos, otra vez sufro dolores por vosotros, como los dolores de parto de una madre. Y seguiré sufriendo hasta que Cristo se forme en vosotros. (Gálatas 4:19)
  • Hasta que todos lleguemos a estar unidos en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios. De este modo alcanzaremos la madurez y el desarrollo que corresponde a la estatura perfecta de Cristo. (Efesios 4:12-13)
Pero, de forma práctica ¿Qué significa ser como Jesús? ¿Cómo se concretiza esa meta a la que aspiramos?

Dos sugerencias que pueden serte de gran ayuda: La primera, lee la carta que Pablo escribió a los cristianos que se reunían en la antigua ciudad de Efeso, hoy en día, la actual Turquía. Concretamente lee desde el capítulo 4 versículo 17 hasta el final. Pablo, de una manera muy específica te indicara qué significa ser como Jesús. Te animo a tomar papel y lápiz y apuntar lo que aprendas. Te puede ser de más ayuda el agruparlo por categorías: Actitudes, valores, motivaciones, conductas.

Una vez leído el texto y hecho el ejercicio piensa en aquellas cosas que Jesús debe desarrollar en tu vida ¡Sin duda queda mucho!

La segunda sugerencia, es que leas cada día un fragmento de los cuatro evangelios. Lo más fácil es comenzar con Mateo. Lee la cantidad de texto que desees. El propósito es observar a Jesús y tratar de identificar conductas, prioridades, valores, motivaciones, actitudes que puedas imitar. La mejor manera de ser como Jesús es observarlo e imitarlo.

Dos autores cristianos contemporáneos, Michael Frost y Alan Hirsch describen del siguiente modo el significado de ser como Jesús:

Seguir a Jesús implica mucho más que simplemente aceptarlo como Salvador por medio de algún tipo de oración o compromiso, sin importar cuán sincera esa oración pueda ser. Para seguir a Jesús debes imitarlo, usando su vida como norma para la tuya propia. A esta imitación de Jesús nosotros la llamamos convertirse en un "pequeño Jesús."

Cuando nos denominamos a nosotros mismos "pequeños Jesuses" no estamos afirmando tener el poder de caminar sobre el agua o morir por los pecados del mundo. No, ser un pequeño Jesús significa que adoptamos los valores que Jesús encarnó en su vida y en sus enseñanzas. Únicamente Jesús fue capaz de alimentar a miles de personas con pequeñas cantidades de pan y peces pero, como "pequeños Jesuses" podemos abrazar los valores de la hospitalidad y la generosidad. Tal vez no seamos capaces de predicar a las multitudes, pero podemos tomar el compromiso de hablar la verdad contra la mentira. No podemos morir por los pecados de nadie, pero podemos abrazar el desprendimiento, la carencia de egoísmo, el sacrificio y el sufrimiento.

Esperamos ver una conspiración de "pequeños Jesuses" esparcidos por todo el mundo, transformando sus comunidades del modo que Jesús transformó la suya.



1. LA INVITACIÓN DE JESÚS


La invitación que Jesús lanza a toda persona es a seguirle. Una y otra vez vemos esta invitación ofertada por Jesús, aceptada por unos y rechazada por otros (Mateo 4:19 y 20; 8:22; 9:9; 10:38, entre muchos otros)

Esta invitación la podemos encontrar en todos los evangelios. En el de Marcos, Jesús habla acerca de los requisitos necesarios para ser su discípulo y lo hace esta manera:

  • El que quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía y del mensaje de salvación la salvará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? Pues si alguien se avergüenza de mí y de mi mensaje delante de esta gente infiel y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre y con sus santos ángeles. (Marcos 8:34-38)

¿Qué quiere decir seguir a Jesús? Cuando alguien nos invita a seguirlo hay unas preguntas que de forma natural vienen a nuestra mente. Seguirlo ¿A dónde? ¿Para hacer qué? ¿Con qué propósito? No tiene demasiado sentido comenzar un peregrinaje sin saber a dónde vamos y con qué propósito.

Jesús nos invita a seguirlo con un doble propósito: En primer lugar, el quiere restaurar en nosotros las cuatro grandes rupturas provocadas por el pecado. ¿Recuerdas? La ruptura en nuestra relación con Dios, la ruptura interna, la ruptura en nuestra relación con otros y, finalmente, la ruptura en nuestra relación con la creación.

Es un proceso dinámico. Mientras le seguimos Él va trabajando en nosotros. El proceso de restaurar esas cuatro rupturas durará toda nuestra vida, nunca se acaba, de hecho, parece que cuanto más restauradas están estas áreas más conscientes somos de lo mucho que todavía queda. Pero, ahí vamos. Del mismo modo que un escultor va moldeando la estatua que tiene en mente y que saldrá del bloque de mármol y el tallista pule el diamante, de ese modo Jesús va trabajando día a día en nosotros ese proceso de restauración.

Seamos realistas. En ocasiones ese proceso será doloroso. Muchos cambios acostumbran a serlo. En ocasiones, colaboraremos gustosos con Jesús y su trabajo, en otras ofreceremos resistencia. Un amigo mío, corredor de fondo como yo, afirmaba que sólo cambiamos cuando el dolor de cambiar es menor que el dolor de permanecer como estamos.

En segundo lugar, Jesús nos invita a seguirle y colaborar con Él en el proceso de restaurar el mundo.
Ayurdarle para que el mundo sea lo que debió de ser y nuestro pecado, nuestra rebelión contra Él impidió que fuera. Como ya hemos visto en ocasiones anteriores, este fue el motivo por el cual Jesús vino. Juan, uno de sus seguidores, lo afirmó cuando en una de sus cartas dirigida a las comunidades cristianas escribió:
  • Precisamente para esto ha venido el Hijo de Dios; para deshacer lo hecho para el diablo. (1 Juan 3:8)
El mismo Juan, en su evangelio afirma:
  • Tanto amó Dios a la creación (la palabra en griego es cosmos, que tiene el significado de todo lo creado) que no dudó en entregarle a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. (Juan 3:16)
El gran triunfo del diablo consistió en incitar al hombre a revelarse contra Dios. El resultado, las cuatro grandes rupturas o fracturas que aún a día de hoy siguen afectando a todos los seres humanos. El pecado produjo una catástrofe de dimensiones cósmicos, que afectó a todo el universo, por eso, el plan de Dios es un plan para restaurar todo lo creado.

En esta tarea ingente de ayudar a restaurar el universo Jesús nos invita a ser colaboradores suyos. El seguimiento de Jesús, por tanto, no es en absoluto pasivo. Mientras le seguimos, nos va restaurando. Mientras nos restaura, le ayudamos a restaurar a otros. Pablo, otro de los seguidores de Jesús lo afirma cuando escribe a los cristianos que se reunían en la ciudad de Corinto, en la antigua Grecia:
  • Nosotros somos colaboradores de Dios; vosotros, campo que Dios cultiva, edificio que Dios construye. (1 Corintios 3:9)
Quiero llamar tu atención sobre la naturaleza del verbo seguir. Es dinámico, no estático. Seguir implica movimiento, proactividad, cambio, proceso y transformación. El verbo seguir te da pistas para comprender la naturaleza de la vida cristiana y de la invitación de Jesús.

Una de las metáforas que puede ayudarnos a un mejor entendimiento de la vida cristiana es la del peregrinaje. Somos peregrinos siguiendo a Jesús. El peregrino es definido por el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española como alguien que camina por tierras extrañas. Así es, somos seguidores del Dios hecho hombre que nos invita a la apasionante, costosa y desafiante aventura de seguirle para ser restaurados y ayudar a restaurar a otros.