Vamos a seguir viendo maneras prácticas y efectivas en que podemos ser agentes de restauración en un mundo roto y colaborar con Jesús en la tarea de restaurar el universo.
AMANDO AL ENEMIGO
De nuevo las palabras de Jesús nos ofrecen pautas radicales para poder actuar:
Sabéis que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen. Así seréis verdaderamente hijos de vuestro Padre que está en los cielos, pues él hace que el sol salga sobre buenos y malos y envía la lluvia sobre justos e injustos. Porque si solamente amáis a los que os aman, ¿qué recompensa podéis esperar? ¡Eso lo hacen también los publicanos [recaudadores de impuestos]! Y si saludáis únicamente a vuestros compañeros, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡Eso lo hacen también los paganos! Vosotros tenéis que ser perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial. (Mateo 5:38-42)
Jesús nos lanza un gran desafío, tratar bien a aquellos que nos tratan mal, amar a nuestros enemigos. Afirma que eso es lo que nos distinguirá como agentes de restauración y, como en el caso de buscar activamente la paz, en auténticos cristianos. Al fin y al cabo, tratar bien a los que nos tratan bien sería algo normal y dentro de lo que se espera de cualquier persona normal y no ética corrupta.
Cuando Jesús habla de amar usa la palabra griega ágape. Los griegos tenían tres términos diferentes para hablar del amor, eros, que utilizaban para referirse al amor físico. Fileo, que usaban para definir el amor que tenemos hacia alguien porque es digno de ser amado y recibir nuestro amor y, finalmente, el término ágape, que se usaba para definir el amor incondicional.
El amor ágape nace de la voluntad del que ama. No es un estado emocional, es una decisión voluntaria de buscar el bien de la persona objeto de ese amor. Es un acto de voluntad que se hace de forma incondicional, no porque la persona lo merezca, se hace incluso a pesar de que la persona destinataria de nuestro amor no lo merezca. El amor ágape toma la iniciativa de buscar el bien del otro y es, en ocasiones, costoso y doloroso.
Cuando Jesús nos dice que amemos a nuestros enemigos no nos está pidiendo que tengamos emociones positivas hacia ellos. Ágape no está vinculado a, o dependiente de las emociones. Nos está pidiendo que de manera intencional, como un acto generado en nuestra voluntad, busquemos beneficiar a estas personas.
Un mundo roto clama por venganza y pagar con la misma moneda. Se espera de un agente de restauración que actúe de forma diferente.
Piensa por un momento ¿Hay situaciones en tu vida que requieren de ti que actúes de esta manera?
PERDONANDO AL QUE NOS HA HECHO DAÑO
Jesús sigue enseñándonos cómo podemos ser agentes de restauración en un mundo roto y lo hace aprovechando una oportunidad que le puso en bandeja Pedro, uno de sus seguidores.
Pedro, acercándose entonces a Jesús le preguntó: Señor, ¿Cuántas veces he de perdonar a mi hermano si me ofende? ¿Hasta siete veces?
Jesús le contestó: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y es que el reino de los cielos puede compararse a un rey que quiso hacer cuentas con la gente que tenía a su servicio. Para empezar, se le presentó uno que le debía diez mil talentos [El talento era la moneda más importante del Imperio Romano. Podía fácilmente equivaler al salario anual de una persona. Por tanto, diez mil talentos representaba una cantidad difícil de procesar para una persona]. Y como no tenía posibilidades de saldar su deuda, el amo mandó que lo vendieran como esclavo a él, a su esposa y a sus hijos junto con todas sus propiedades para que así saldara la deuda. El siervo cayó entonces de rodillas delante de su amo, suplicándole: “Ten paciencia conmigo, que yo te lo pagaré todo. El amo tuvo compasión de su siervo; le perdonó la deuda y le dejó ir libremente.
Pero al salir, aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios. [El denario equivalía al salario diario de un jornalero agrícola] Lo sujetó violentamente por el cuello y le dijo: “¡Págame lo que me debes!”. Su compañero se arrodilló delante de él, suplicándole: “Ten paciencia conmigo, que yo te lo pagaré”. Pero el otro no quiso escucharle, sino que fue y lo hizo meter en la cárcel hasta que liquidara la deuda. Los demás siervos, al ver todo esto, se sintieron consternados y fueron a contarle al amo lo que había sucedido. Entonces el amo hizo llamar a aquel siervo y le dijo: “Siervo malvado, yo te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste; en cambio tú no has querido compadecerte de tu compañero como yo me compadecí de ti”. Y, encolerizado, el amo ordenó que fuera torturado hasta que toda la deuda quedase saldada.
Esto mismo hará mi Padre celestial con aquel de vosotros que no perdone de corazón a su hermano. (Mateo18:21-34)
Dios nos ha perdonado nuestros pecados y ha tenido que pagar un precio muy alto por ello, la vida de su hijo Jesús. Ahora, nos invita a perdonar a otros el mal que hayan podido hacer contra nosotros.
No siempre es fácil perdonar. Puede haber ocasiones en que hayamos sido heridos muy profundamente y cueste el poder otorgar el perdón a otros. Es cierto, no podemos negarlo. Sin embargo, Jesús nos motiva diciendo que tratemos a otros como nosotros hemos sido tratados por él.
Otorgar el perdón a aquellos que nos han pedido ser perdonados puede resultar doloroso, difícil y costoso, ahora bien, todavía lo es más cuando el perdón ha de ser dado unilateralmente a personas que ni siquiera han reconocido habernos ofendido o dañado. Creo, sin embargo, que nuestra misión como agentes de restauración pasa por perdonar incluso a aquellos que nunca nos han pedido ni nos pedirán perdón.
Piensa en tu vida personal ¿hay personas a las que te niegas a otorgarles el perdón? ¿Qué puedes hacer al respecto?
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