Lo visto hasta ahora
Hablamos de la dificultad de perdonar a causa del dolor físico o emocional y la sensación de pérdida y abuso que la ofensa puede producir. Sin embargo, cuando alguien nos pide perdón y reconoce su culpa facilita el camino para perdonar.
Pero también introducimos el reto de hacerlo con aquellos que no nos piden perdón, aún más, con aquellos que ni tan sólo reconocen habernos ofendido. Hablamos de que perdonar era un acto unilateral que nosotros ejercíamos sin ninguna relación con la actitud de reconocimiento o no del ofensor.
Finalmente, acabamos preguntándonos dónde podríamos encontrar la fuerza y la motivación para perdonar tanto al que reconoce su culpa como al que no. Este es el propósito de esta entrada.
Dios rompe el círculo vicioso
La parábola de los dos deudores, en forma de narrativa, introduce el tema con claridad. Dios ha dado el primer paso para romper el círculo perdonándote todas tus deudas y ofensas hacia Él.
A estas alturas ya te habrás dado cuenta que tú y yo representamos aquel deudor con una cantidad imposible de pagar. Nuestras ofensas hacia Dios y hacia nuestro prójimo son tantas y tan grandes que nunca podríamos pagarla, sin embargo, como ya sabes, por medio de Jesús, Dios ha cancelado todas tus deudas con Él, te ha otorgado total perdón sin esperar ninguna retribución a cambio. El apóstol Pablo, escribiendo a la comunidad cristiana que se reunía en la ciudad griega de Corinto lo expresa de esta manera:
Porque, efectivamente, sin tomar en cuenta los pecados de los hombres, Dios hizo la paz con el mundo por medio de Cristo, y a nosotros nos ha confiado este mensaje de paz. (2 Corintios 5:19)
Nada de acritud, rencor, ira, voces destempladas, injurias o cualquier otra suerte de maldad; desterrad todo eso. Sed, en cambio, bondadosos y compasivos; perdonaos unos a otros, como Dios os ha perdonado por medio de Cristo. (Efesios 4:31-32)
Soportaos mutuamente, y así como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros, si alguno tiene quejas contra otro. (Colosenses 3:13)
Había una vez un acreedor que tenía dos deudores, uno de los cuales le debía diez veces más que el otro. Como ninguno de los dos podía pagarle, los perdonó a ambos. ¿Cuál de ellos te parece amará más a su acreedor? -Simón contestó: -Supongo que aquel a quien perdonó la deuda mayor. -Jesús le dijo: -Tienes razón... A quien poco se le perdona, poco amor manifiesta. (Lucas 7:41-47)
¿Te parece imposible perdonar a personas que te han hecho mucho daño? Piensa en el perdón que Jesús te ha otorgado, busca allí la motivación ¿No la encuentras, no trae claridad a tu mente respecto a qué deberías hacer? Entonces debes revisar el perdón que Dios te otorgó y pensar si lo estás valorando suficientemente.
¿Qué hacer con el dolor?
Hay tres maneras de gestionar el dolor, dos incorrectas y una correcta. Una manera incorrecta es darle rienda suelta, es decir, generar amargura, resentimiento, deseos de venganza, autocompasión por el modo en que fuimos tratados, etc. El problema con esta alternativa de gestión es que nos destruye por dentro y nos impide sanar.
La segunda manera, también incorrecta, es negar el dolor. Pensar que un cristiano no puede ni debe alimentar semejantes sentimientos negativos o incluso destructivos hacia el ofensor. Negar tampoco permite sanar. Negar hace que lo que reprimimos aflore de una u otra manera, más tarde o más temprano.
La tercera y más correcta es echar todos esos sentimientos y dolor en Dios. ¿Cómo? Simplemente trayéndolos a la superficio, reconociéndolos, verbalizándolos con Dios por medio de la oración. Hablar con Dios de los sentimientos dolorosos que la ofensa produce nos permite hacer una catarsis, identificándolos, verbalizándolos y arrojándoselos a Dios quien puede manejarlos sin que le hagan daño, quien puede escucharlos sin juzgarnos y despreciarnos por ello. Es precisamente cuando reconocemos el dolor y los sentimientos negativos y los llamamos por su nombre cuando el proceso de curación puede darse. Ni negar, ni dar rienda suelta, reconocer y dárselos a Dios.
Jesús puede entender cómo te sientes. Ha experimentado lo mismo, ha estado en tu situación y puede empatizar contigo:
Pues Jesús no es un sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; todo lo contrario, ya que, excepto el pecado, ha pasado por las mismas pruebas que nosotros. Acerquémonos, pues, llenos de confianza, a ese trono de gracia, seguros de que la misericordia y el favor de Dios estarán a nuestro lado en el momento preciso. (Hebreos 4:15-16)
Tal vez en este mismo momento vale la pena que tomes un tiempo para hablar con Jesús sobre ofensas no perdondas, dolor no procesado, heridas no cerradas. Habla con Él. Explícale cómo te sientes, qué piensas, qué experimentas. Echa todo ese dolor sobre aquel que puede comprenderte.